11/11/11

circa dies

Demasiada juventud y demasiada vejez impiden el espíritu,
demasiada y poca instrucción. En fin, 
las cosas extremas son para nosotros
como si no existieran, y no somos nada respecto a ellas:
escapan a nosotros, o nosotros a ellas.

Pascal



Mientras tocábamos me sentí perdido y solo en medio de una, inmensa, cosa blanca. Las luces se van, vuelven, fortuitamente, arrinconándonos; nosotros en la mitad de un pequeño cuarto: gente hablando, empujando, tirándote cosas —hostigando, gritando, aullando, huyendo, ganando, etc.—. A ratos no escuchaba la guitarra, después no escuchaba los otros instrumentos. Nunca sé cómo terminan estas cosas. Perdí contacto; desaparezco en un vórtice. Un amigo me dijo que estuvo muy bien, le gusto nuestro ruido. Es mi amigo, y lo conozco; me agrada que le haya gustado, pero no he logrado perderme a mí mismo. No. Ya de vuelta a ser espectador de la fiesta, quiero dejar de serlo y marcharme del lugar. El panorama es tan caótico como cautivo, me mantienen erizado estas visiones. Quisiera participar, pero un vértigo me pesa, anclándome. Mi percepción se ocupó de lo que ocurriría el siguiente día, ayudada por la imaginación: cómo actuar, qué hablar, ensayar, ensayar, cuestionar, no hay descanso. Pero en cambio, con los otros no podía hablar, mirar, pensar o algo parecido, no quise arriesgarme a construir realidades. Guarde mis cosas, intente despedirme y emprendí el largo viaje a casa. Caminar por la calle, como ratas, y luego entrar al túnel, como ratas. Escucho todo y no oigo nada. Se me atraviesan fantasmas, pero ellos no me preocupan: la vida es mi temor, en ella me concentro con cada paso. Y llego a casa, solo yo, ella también. Es tarde. Duermo. 
Despierto. Es tarde. Rutinas para todos. Estoy esperando y esperar desespera. Leo libros de la biblioteca, prontos a entregar y desconocidos para mí. Un francés loco me habla de ritos en México, del cuerpo y la mente, de un todo y una nada. Escucho, hasta que se vuelve colores. Mientras tanto Camus y Felicia se han levantado y puesto activos; son mis compañeros de casa. De pronto —como siempre, de pronto— tienen una discusión y ambos permanecen en silencio forzado. Es entonces que Ray pasa por nosotros para recoger los instrumentos y llevarlos de vuelta a casa. Está conduciendo una combi verde que le prestaron en el trabajo. Con él vienen su novia, Ofelia, y Ante, un amigo. Camus y yo nos subimos al auto, nos acostamos y el viaje comienza. Se toma la ruta panorámica; el tiempo y espacio en este lugar se transgreden siempre. La visión desde aquí aligera mis pensamientos, y el movimiento se siente en el pecho. Nuestra primera parada es la casa de Ofelia, a quien dejamos ahí. Nunca había estado en esta parte de la ciudad, todo era nuevo a mi experiencia. Los arcos y muros que atravesamos transforman el camino, y los destinos importan menos que el viaje. Continuamos rumbo a por las cosas. Llegando al centro nos estacionamos en un lugar no permitido para, así, apresurarnos a transportar nuestras cosas. Recibimos bastante ayuda y nos llevamos más que sólo lo nuestro. Flir nos ayuda: es un buen amigo, pero a últimas fechas han ocurridos cosas que hacen que sienta el deseo de enviarlo al infierno con mis propias manos —un sentimiento fraternal—. Y helo aquí, ayudándonos. Música sin dirección. No me importa a dónde ir, mientras me esté moviendo, mientras exista una dirección. La estática no es nada, y tampoco es algo. Esta vez no estaban los rastas que se quedan en el hostal donde habíamos tocado, así que no recibimos su ayuda. Un tránsito se acercó a decirnos que debíamos movernos. Esto coincidió con el momento en que terminamos de cargar el auto. Rico se unió a nosotros, ya éramos cinco de nuevo. Durante el trayecto de regreso a mi casa, se solicitó que hiciéramos una parada para que Ante pasara a recoger unas cosas. Nos dirigimos hacia allá: un camino cuesta arriba que, después de pasar por el punto donde él bajó, nos regresaba a la ruta Panorámica. Íbamos tranquilos y alegres cuando, por mera casualidad, golpeamos un poste con el costado derecho del automóvil, la puerta del copiloto quedó maltrecha porque el impacto lo recibió justo en la manija, y ésta se atascó. Ahora es difícil cerrar y abrir la puerta. Ante fue a su casa, y Rico y 
yo nos bajamos para aligerar el auto. Éste no arrancaba y tras de nosotros se formó una fila. Yo hacía señas a los conductores indicando que nuestro auto no arrancaba, para que dejaran de fastidiar. Ray seguía intentando echar a andar el auto, Camus, mientras tanto, le ayudaba. En cinco minutos —que parecieron treinta— consiguieron ponerlo en marcha. Subieron un poco y ahí los alcanzamos, ya con Ante entre nosotros. Ahora Camus y yo éramos los copilotos. Continuamos el viaje, como si nada hubiese ocurrido. El mismo camino, en sentido contrario. Llegamos, descargamos y nos relajamos. No sé de qué hablamos. Quizá de las combis, de viajar, de música, fiestas, lugares y sensaciones. De pronto se apodera de mí la sensación de convivir con gente “extraña”. Me gusta estar con ellos; seguro yo soy uno también, pues soy quien se detiene a pensar en eso. Y mientras esto percibía, estábamos todos sentados en las escaleras platicando. Imaginaba lo que pasaría más tarde: no sabía nada, pero imaginaba muchas cosas. Ensayar, ensayar, ensayar. Ray debía volver a trabajar y llevar el auto a arreglar, así que Rico y Ante aprovecharon el ride y se fueron con él. Creo que no fue mucho el tiempo que estuvieron, mas fue bueno el poco tiempo. Sigo esperando y asesino mi tiempo en la computadora. Lo único que vale ahí es la música. Escucho y vuelvo a ensayar, imaginar que ensayo, ensayar que imagino, imaginar. Alguien llega, mas no sé quiénes son; nunca antes vistas: amigas de amigos de Felicia. Se quedarán unos días en la casa, para mi sorpresa. Intento interactuar, pero no sé cómo hacerlo y desisto. Hay suficiente caos con el porvenir. Llega alguien más, y sé que esta vez son ellos. Lo son, pero ella no está. Igor, Garfield, Lemoy y Cristo, y con ellos Ivana, hermana de Lisa. No la conozco, ni a Cristo. A Lemoy sí, y, a mi pesar, a Garfield e Igor los conozco bastante bien. El obscuro dentro de mí quería explotar; la espera continuaba. La barbarie como entremés. Tan pronto llegaron, buscaron beber. Conversé poco, pero constante, sobre todo con Ivana y Cristo. Me agradaron, lo mismo que Lemoy. Bebieron, hablaron, se comunicaron con Lisa y así supimos que ella, Horber y Quentin habían llegado a casa de Serge muchas horas antes. Suprimo todo lo existente en mi cabeza. Siguen bebiendo, las horas pasan, siguen bebiendo. Por fin, se decide ir a casa de Serge, y todos subimos al auto; dado que no saben llegar, ocupo el puesto de copiloto y guía. No es lejos, pero las distancias temporales aumentan a su lado. Cuando llegamos no hay nadie, así que envían un mensaje para saber dónde verlos, y la respuesta no es favorable: consiguieron ver un espectáculo para el que no tenían boletos, siendo invitados por unos recién conocidos. Ante tal situación, se decide ir al centro a que mis huéspedes hagan lo que vinieron a hacer. Llenan una botella con alcohol, hielo y refresco; dejamos el auto y bajamos. No paro de pensar en miles de cosas que son nada, algunas se ocupan de lo que pasa. No la mayoría. Apenas avanzamos un poco podemos dar cuenta de una densa concentración de azules. Es momento de ser discretos. Cambian el envase por varios más pequeños. Mientras conversaba con Cristo y Lemoy, los otros entraron a la tienda y, no entiendo porqué, el tendero piensa que le están robando. Ivana se ríe ante la acusación, y eso no ayuda. Seguimos bajando, ellos continúan parando cada cinco minutos, y nuestro viaje de veinte minutos se convierte en el de una hora. Cenan, beben, gritan, discuten, ríen. Por fin llegamos al centro. Solo quiero ver a Lisa, no más. El mar se extiende hasta donde nadie está. Ellos no saben qué hacer, yo no sé qué hacer, y seguro que en realidad nadie sabe nunca qué hacer. Decido ir a buscar a Flir a su trabajo y los invito a acompañarme. En realidad sólo quiero ir al baño. Saludo a todos en el bar. Hace mucho trabajé aquí. Me quedé adentro y Garfield, Igor y Lemoy pasan a hacer lo suyo. De pronto una chica que ahí trabaja me dice que ha preguntado por mí otra chica, y me sorprendo. Era Ivana, mi sorpresa se apaga. Se parece tanto a Lisa que puedes saber que no son iguales. Salgo con ellos y nos sentamos en la banqueta. Ellos seguían en lo suyo y yo en lo mío; no sé detener lo mío. Poco tiempo pasa cuando nos avisan que ya salieron del espectáculo y están en el jardín. De inmediato me pongo en movimiento. No los veo por ningún lugar, y tanta gente en la calle no lo hace más fácil. 
Volvemos a sentarnos. ¿Notaran mi desesperación? He vuelto a fumar. Me paro y doy vueltas buscándolos. Una situación normal; no encuentro a nadie. Estoy solo y rodeado por todos. Memorias de la infancia saturan mi mente. Todo está en mi mente. Compro cigarrillos y vuelvo a sentarme. Ellos se ven contentos, entretenidos. Por fin los hallamos, como debía ocurrir. Saludo a todos, sintiéndome tonto por no saber qué decir, y frente a ella no digo cosa alguna. Cambio. Serge, Horber y Quentin quieren ir a platicar y beber fuera del ambiente de la calle, lo que choca con el plan de los demás: vagar y buscar fiesta en la calle. Lisa está en medio. Se decide a quedarse, yo me decido por la tranquilidad. Vamos a casa de Serge. Compramos cosas en el camino y conversamos. ¿De qué? De ellos —yo no hablo—. Comer y beber, conversar, viajar, extender y aniquilar. No creo ya en la realidad; miedo cuando gano. Pasan las horas y la música. Quedamos solo Quentin y yo, decididos a ver Hot Rod —”it's the american dream”—. Lisa y los demás llegan por mí. Ella se queda en casa de Serge, pero los otros se quedan conmigo. Camus, Felicia y cia. estaban ya dormidos, por lo que tuve que apagar la fiesta pronto. Y el sábado termina.
Al día siguiente volvemos a casa de Camus y todos ellos se van a la sierra, mientras mis compañeros y yo hacemos pan; su cia. también ha salido a pasear. Ese día estuvo contemplado tal cual. Horneados (¿qué o quién?) ya, volvemos a casa. Ha pasado un largo espacio. Llegan los huéspedes, toda la comitiva. Se mantienen en su postura (beber, fumar, beber: simean simeando). Silencio de mi parte. El pan se enfría y bajamos. Despedida, risas incompresibles. No dije algo. No vendimos mucho, es tarde. Vuelta a casa. Cansado y pesado, me rindo en domingo. 
El lunes salimos de nuevo a vender, temprano, y todo acaba. Hare-krishna en un libro. Hoy se fueron los huéspedes. Termino.