Encierro todo lo que siento en una
tetera, de la cual me sirvo, a menudo. Los días pasan pero no los
segundos. Estática y nervios: mi cabello revuelto asusta a los más.
No ven mis manos, yo tampoco puedo hacerlo pues se encuentran fuera
de mí. Lo que se aproxima es arena penetrando a mis ojos. No puedo
contenerlo, me rodea. No puedo perderlo, esta en mí. No quiero dejar
de sentir y vuelvo a hacerlo, como algo nuevo, pues ya lo es —me
sirvo a menudo—. Tiene mis manos. Tengo sus manos. A manos llenas
entrego el té.
No tengo idea de lo que sigue: conejos saltando del
sombrero, el teatro en llamas, o la visión de risas idiotas y
ningún sonido. Porqué sabemos tan poco sobre lo mucho que
conocemos es que se nos escapan las vibraciones perpendiculares —y
marcho a zonas misteriosas otra vez. Es un impulso natural, histórico
quizá. Entonces, ante la incertidumbre se aparece la angustia
develando la auténtica persona; la cara oculta
que imaginábamos. Es tanto por decir. No me es asequible tanta
palabrería. Sólo ü podrá tener claridad de la obscuridad. Él,
que vive en ella.