20/4/12

DD NN


La verdad no tenía nada en las manos con qué defenderme. Recibí los golpes sin poder esquivarlos, o intentarlo, ni disfrutarlos o sufrirlos. Vamos: no moví un pelo. Tenía los ojos abiertos, como puertas (las de las casas en que alguna vez viví, pero nunca habité); los tenia abiertos para no imaginar más cosas. Sin embargo no les oía. Sus bocas se movían, y sus miradas, de ira, se hacían rojas. Pero no producían sonido. Era algo para no creerse. Yo sin moverme. No era miedo lo que me mantenía así, aún cuando al principio lo creyera. Era una intuición, sólo eso. Dí cuenta porque comencé a temblar cuando percibí ese extraño silencio. La sangre, piel, cabello, huesos triturados. Todo era falso. El miedo me hizo mover, y el movimiento cerró mis ojos. Al pasar esto una sinfonía se inserto en mis oídos. No eran sonidos de la tierra, o no tan sólo. Escuche todo la anterior, lo que habían borrado con tinta. Escuche la sangre, la piel, el cabello y los huesos olvidados. Me sacudía. Seguí recibiendo golpes, mas ahora pude sentirlos. Nada tenía la verdad: era miedo lo que me protegía.

10/4/12

ddl mrz*

Confusión


En esta casa que habitamos, dentro de una ciudad que compartimos, en un lugar ya olvidado, nos perdemos de los sonidos perpetuos. Se transforman en rocas que sólo sirven para levantar más el muro. Cada movimiento —aquí dentro— nos transporta al mismo lugar de donde veníamos. Lentas luces de neón. Una tras otra. Sobre el muro y sobre sí mismas. No llegan a ti; no llegan a nadie. Pero afecta la repetición. No es aprendizaje. Ya no queda nada para aprender. En este punto no. Habría que salir de esta habitación, de esta casa, de esta ciudad, de este lugar.
Todo está olvidado. Vuelvo a empezar:


—No veas la luz— 








* Texto publicado en Dédalo, revista cultural. Marzo 2011. Guanajuato, Guanajuato.