11/8/16

Las adiciones y los días

Escoges con cuidado cada una de las piezas. No todo puede pasar; algo tenderá a, por fuerza, cambiar. Pules sus fibras y el polvo lo regresas, mota por mota, a su lugar. Cuando terminas es momento de empezar, y, desprevenido tú, el golpe se siente. ¿Cómo fue, dónde ocurrió? El principio, el inicio. 


V


Jw salió a la calle sin emoción, pensando en otro momento y lugar, venido a cuento -su cuento, no el que estoy contando- sin motivo aparente. Los ojos blancos y la boca abierta, provocando asco a quienes lo encontraban en el camino. Jw se daba cuenta, cuenta de lo que demostraban sentir los demás, sin conocer la fuente. Volvióse inquieto y, de inmediato, su rostro se alteró; la visión fulguró; la boca cerró. Respiró, por una vez lo hizo. Dio un vistazo a lo que ante sí sucedía y pensó que estaba bien. Su rostro adquirió color. Siguió adelante. 


Fomenta un lenguaje odioso: enseña a comunicar el mundo de otra forma.



Que quede claro: no me atraparon, me traicionaron
por eso me entregué, yo sólo vine y me encerré
en estás 20 paredes, aislado de cualquier fantasma
y mejor así, y qué mejor, ya no hay la ilusión de 
tener comunicación. Deja de haber desastre afuera
porque dentro no hay más posibilidad de temblar.
Es cierto que provoqué miles de muertes en el 2010
todo por no dejarme caer en un rito de iniciación
aunque sí me vestí de blanco y dije hola cómo están
a todos los presentes, y bendije el pan y la sal.
También, en el 94, causé que todos perdieran dinero
al negarme a apostar en la final por el campeón;
aprendí de ese error y no volví a pensar en futbol.
Cada calamidad, cada plato que cayó, fui yo
quien lo causó. Mi mente está más allá de cualquier
control. Creí encontrar la solución, me acerqué
a la zona de precaución. Apeé y me entregaron flores,
una almohada, plumas y papel. Un recibimiento
a todo dar. Hasta ahí todo bien. Me acomodé en paz
dejando mis barbas sin cortar. Ahí todo se fue
al garete. No cuide suficiente la medida de mi andar,
otros, muchos, comenzaron a llegar sigilosos
entrando por la esquina, y ahí no los alcanzaba a ver.
Se pusieron de acuerdo, cuchichearon no sé
qué y me arrojaron al revés. De nada sirvió advertirles
las complicaciones que podría causar aquel
acto de mala fe. Ante mí pusieron todas las respuestas
pero no los problemas, tuve que inventármelos.
Más muerte, más destrucción, más incomprensión para
las buenas y malas conductas. Cuento largo, 
pero ya terminó. Estoy aquí, bien guardado y alejado
de cualquier disertación. Sólo hay algo aún
que lamento: la tradición de escribirnos epitafios.





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