18/10/10

Mientras tanto, soñaba

Todo lo que sabemos acerca de la conciencia
es que tiene algo que ver con la cabeza,
más que con los pies.

Nick Herbert

With your feet in the air and your head on the ground.

Pixies

I

         El mundo se reducía a la ciudad en que habitaba. Nada más existía, adentro o afuera; nada más existía para él, para ellas y para el fuego. En especial para este último, pues se encargó de escapar de la nada donde provenía y abarcar, en plenitud, toda superficie. En cuanto a él, no tuvo más opción que tomarlas, a todas ellas; las sujetó, una contra otra, y subió encima de aquel nuevo cuerpo, compuesto por muchos cuerpos. Eran las serpientes quienes ahora cargarían con su peso. Navegar el fuego de la tierra en una balsa de serpientes, evitar las rocas calientes, los espacios vacíos de vicio, las no-tierras-no-ruinas. Y la montaña seguía expulsando el fuego. Después de mil lenguas atravesadas, la nave llegó a la ciudad, y el fuego desapareció. ¿Dónde estaban todos? Las serpientes escaparon, dejándolo solo. Caminó y vio su reflejo en la vitrina de una librería; saludó a un hombre con sombrero y decidió volver a casa.

II

         Un dios con miedo no se asomó nunca a lo previsto. La ciencia le protegía de toda deducción. En su interior habitaba un cerebro, que usaba el miedo como alimento; una serpiente que dormía plácidamente y yo, un hombre sin razón de ser. Todo cambio en un instante: dios enfermó y nos expulso, vomitando sobre un árbol. Cerebro, serpiente y yo caminamos. Por vez primera, usé mis pies.

III

         El cielo había desaparecido. No pude con eso y subí hasta el punto más alto que encontré.  Ahí estaban el cielo y demás montañas; descubrí que era la ciudad la que había desaparecido, tragada por aquel extraño humo negro que le rodeaba. Ella llegó, acercó su mano a mi oreja izquierda y la acarició. No volvería a aquella ciudad devorada ya, eso ahora lo sé, pero de ella aún no he conseguido averiguar algo. Nuestras cabezas se unieron y sólo observe, por última ocasión, el cielo a nuestro alrededor.
Me moví de aquel lugar, puesto que ahora habitaba el paraíso. Ahí estaban todos los que antes de mí se marcharon. Comenzamos a cenar mientras conversábamos “esto y esto ocurrió cuando y donde ocurrió”, “claro que sí, la memoria no falla ahora, pues no necesitamos memoria”, “el viento no sopla a favor, jamás”, “yo le he pedido que no volviera”, etc.; unos y otros me decían eso y algo más. La felicidad. Y llegó alguien que no debía estar ahí, y me hostigó, interrumpiendo la conversación. Reía, no dejó de hacerlo. Toda mi ira arrancó mientras reía: “El viento siempre va en contra”, y la ciudad perdió aquel humo negro. ¿A dónde fue ella?

IV

         Ahora son ellos los que viven en la playa, enfrentándose, día con día, a los piratas. Entré a una casa, la primera que vi, con mucha precaución. Dentro encontré a D., a punto de abalanzarse sobre mí; un cuchillo en su mano derecha. Nuestras ropas, derruidas por el mar y la tormenta, no permitían diferenciarnos de los piratas. Pero se detuvo a tiempo, reconociéndome. Conversamos, luego de tanto tiempo sin vernos. Salimos de aquella casa y fuimos a la playa, que estaba justo detrás de nosotros. Los piratas deben habernos matado, pues ya no recuerdo más.

V

         Una muchedumbre reunida en el puerto: marinos y sus mujeres; las mujeres de sus capitanes; los niños de algunos otros hombres y un hombre que no debía estar ahí. No entiende qué sucede: no conoce a nadie ahí y tiene un saxofón en las manos, el cual nunca había visto y que no sabe tocar. Intuye que está soñando, pero no sabe cómo llegó ahí. Decide que eso no importa, en estas situaciones puedes hacer lo que quieras, y él quiere volar. Jamás ha volado en un sueño, jamás ha controlado un sueño. Esta es su oportunidad. Comienza a tocar el sax y todos bailan; él comienza a flotar. Toca mal, pues no sabe hacerlo, pero nadie deja de bailar. Se mueven, con precisión coreográfica. Él se aleja, poco a poco, flotando y tocando su saxofón. Vestido con un traje blanco, al mar habrá de parar.

VI

         El asesino de todos mis amigos no habla. Un demonio negro, alto (2 metros), delgado y con un rostro prismático. Su cuerpo está formado por vértices, aristas y caras múltiples e infinitas. Una noche se presentó en mi habitación, se sentó en mi cama y permaneció ahí, sin hacer algún movimiento. Pensé que también a mí me asesinaría, pero no sucedió eso; tan sólo miraba la pared de mi cuarto. Supe entonces que podía hablar con él, y lo hice. Supo de mi frecuente sueño sobre conducir autos y perder el control de ellos, de las muertes que había tenido. Él escuchó, y no desapareció. Jamás le he vuelto a ver.

VII

2 comentarios:

Paulina Mendoza. dijo...

publicamos cosas al mismo tiempo al parecer... me da gusto irme a dormir antes de leer este texto, piratas, muerte y saxofón. Siempre me han gustado los piratas y por eso a pesar de que hay muerte este texto me ha sacado una sonrisa, me gusta mucho 7, sigue escribiendo muchooooooooooo!!!

Jude Guzmán dijo...

Después de varias veces.

Los aborígenes etíopes del valle del Rift, del pueblo de los Oromos, dejaban a consigna el más sagrado de todos sus tesoros al partir en búsqueda de su más grande logro, mientras que las mujeres se internaban en el estudio de los astros, los espíritus y demás atenciones para poder alentar a sus hombres, ellos luchaban contra las tempestades más grandes que cualquier ser humano pueda imaginar.

La gran lucha era en contra de la muerte. Siguiendo las antiguas enseñanzas, tomaban una pócima preparada por el sabio más viejo de la aldea, la cual les permitía caer en estado de shock por 37 minutos. Era este el tiempo necesario para perecer o triunfar. Los aborígenes etíopes entraban en la batalla más grande de sus vidas, o en este caso, de su muerte. El que saliera de este estado, regresaba a la aldea como un hombre completo, el que no lo lograba, permanecía vagando en la línea entre la muerte y la vida, trayendo así mismo y a su familia la deshonra y la humillación. Principalmente para la mujer, pues no había estado lo suficientemente preparada como para orientar a su esposo en la batalla.

Sólo es así, entre él y ella tenían que formar un equipo perfecto, pues la inteligencia de la mujer, sus conocimientos y su preparación eran la brújula de este camino; por el contrario el hombre estaba dotado de estrategia, fuerza y valentía para regresar a casa como hombre completo.

Aún así la muerte, nunca perdía. Al final, aún aquel hombre que luchaba por regresar a casa y lo lograba, tenía un tiempo determinado en esta vida, en esa familia, en esa aldea. Ya era cuestión de cada quien, trabajar en vida para alcanzar una muerte menos dolorosa y más memorable,